Tomás Calvillo Unna
24/08/2022 - 12:05 am
Y si …
Y si esta extraña presencia que nos rodea y siempre acompaña, es la conciencia del fuego interior que convoca a sostenernos de pie.
La humanidad existe por el naufragio
de los dioses;
y la palabra es nuestra balsa de salvación
en el océano tumultuoso de la vida.
Y si esos dioses que se quedaron en silencio,
olvidaron la ruta, y se perdieron.
Difícil es saberlo,
pero hay algo de ello,
en todo esto que nos pasa.
Y si la otra orilla que llamamos muerte,
es la puerta al rumbo extraviado
de las divinidades;
Y si esa pérdida
fue el descalabro monumental
que trazó la historia sin destino
enquistada en la inmensidad,
sin lugar propio para perdurar
más allá del ejercicio matemático
del tiempo convertido en biología;
una encriptada experiencia del ser
que se ocultó en los restos
de lo ajeno.
Y si ya anduvimos aquí
cuando el mañana era nuestro presente
y el ayer una piedra en el zapato
que se retira hasta el cansancio;
una tenaz lluvia que viene y va
y deja su resonancia y humedad
en la grava de la cinta asfáltica
de la edad,
en continua reparación.
Y si el olvido explica
el naufragio mismo
que los mitos vanamente
buscaron comprender
con su caduco idioma, ya hueco,
convertido en angustiado
eco del abandono,
ajeno a la palabra que heredamos;
como única reliquia
que ostenta el poder
de comenzar a descifrar
este aullido que destaza
el paisaje que habitamos.
Y si no podemos retener
el oxígeno de vida necesario,
para saber a dónde vamos,
y cómo lograr pasar a la otra orilla
con la certeza del encuentro
de nuestro extravío,
al que los dioses nos arrojaron.
Y si asumimos no ya la orfandad,
ni reclamo alguno, solo el hecho
de estar aquí sin más;
en esta vasta noche que atravesamos;
sin saber bien a bien de donde partimos
y a dónde llegamos, sin coordenadas:
ausentes ya
de la geometría telúrica
que nos emplaza.
Y si esta
extraña presencia que nos rodea
y siempre acompaña,
es la conciencia
del fuego interior que convoca
a sostenernos de pie,
despiertos
en la quilla de cada amanecer.
Acaso al final de nuestro andar
las huellas borradas desde el inicio
serán el presagio de lo que vendrá;
y podremos alumbrar
nuestro cuerpo y corazón
en esa gimnasia milenaria
al posar nuestra frente en la tierra,
estirar los brazos
y conservar
una pizca de intuición
para orar,
al saber
que no sabemos nada;
y, aun así, lo intentamos.
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